Y los ricos también sufrirán

Son muy ilusos los ricos si piensan que podrán seguir viviendo tranquilos y paseando por las calles tranquilamente mientras la mayoría lo pasa mal.
Sencillamente no podrán.

En España cada día que pasa los pobres son más pobres y los ricos son más ricos. Y mientras los ricos cada vez tienen más dinero, cada día más gente se suma a las filas de la pobreza. Las ‘clases medias’ se funden como la estabilidad en el trabajo, los salarios, los contratos dignos, el acceso a los estudios superiores y las ayudas y derechos a las personas en situación más débil. 

Así, los desahucios, la desnutrición infantil y el paro permanente se han convertido en temas habituales en nuestra sociedad. Pero quizás habría que empezar a hablar de cómo el desastre que los poderosos están provocando acabará por volverse en su contra. 

Hasta ahora la cosa estaba así: por un lado los desahuciados, los niños desnutridos, las personas dependientes y parados de larga duración sufriendo todos los estragos del desastre. Por otro lado, los banqueros, los empresarios defraudadores y los políticos corruptos disfrutando de una impunidad incompatible con la decencia y la democracia, saliendo indemnes del desastre. Pero esto no puede durar. Lo decía José Luis Sampedro: otro mundo no sólo es posible, sino inevitable. 

Una de las consecuencias del desastre económico que estamos viviendo es el aumento de la desigualdad. Una desigualdad que es mucho más que otro frío indicador económico sino un foco de enorme sufrimiento para millones de personas. Hasta ahora este padecimiento ha recaído en los más pobres pero acabará aplastando la vida de todos. De los ricos también. Latinoamérica es un ejemplo de lo que puede pasar aquí si no lo impedimos. 

Durante los años 80 y 90 gran parte de Latinoamérica cayó bajo el dominio del FMI, el Banco Mundial y sus políticas económicas que generaron millones de pobres y excluidos. Más allá del enorme sufrimiento de las clases populares esta situación ha convertido estas sociedades en lugares profundamente inseguros. Un ejemplo: la tasa de homicidios en Latinoamérica pasó del 12,5 cada mil habitantes de los años 80 al 25,1 actual. 

La relación entre pobreza e inseguridad está establecida desde hace tiempo. Pero no hace falta ningún estudio científico para entender que el hecho de que millones de personas no tengan trabajo estable, que no tengan acceso a la educación y a la sanidad y que el futuro aparezca como una lucha por sobrevivir, es un polvorín que acaba estallando. 

El premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz lo resumió así: “El 1% más rico tiene las mejores casas, la mejor educación, los mejores médicos y el mejor estilo de vida. Pero hay una cosa que el dinero parecen no haber podido comprar: el entendimiento de que el destino de este 1% está ligado a cómo vive el otro 99%. A lo largo de la historia del 1% ha terminado entendiendo esto”. Pero advierte que este entendimiento siempre ha llegado “demasiado tarde”. Ahora mismo, las políticas económicas que destrozaron las sociedades de América Latina han llegado a Europa. Sobre todo en el sur de Europa. Y empiezan a cambiar las tornas. Así, mientras que hoy en América del Sur se registran las cifras de reducción de desigualdades del mundo, aquí ocurre lo contrario. 

Tenemos todos los datos y los estudios que nos permiten ver que no vamos por buen camino. Todo indica que vamos por el camino de la desigualdad que destruye la convivencia social más básica. Esto nos preocupa a la mayoría de nosotros, pero los más ricos parecen no darse por enterados. Y se equivocan, porque cuando el sufrimiento es tan grande, nadie se escapa. Porque son muy ilusos-o directamente obtusos-si piensan que podrán seguir viviendo tranquilamente y disfrutando de sus riquezas en medio del desastre y del sufrimiento de millones de personas, si piensan que podrán pasear tranquilamente por la calle cuando la mayoría de la gente que se crucen no tenga suficiente dinero para pagar un techo, para comprar comida o para acceder a un médico para sus hijos. Sencillamente, no podrán. 

No es una opinión sino un hecho constatable que se puede ver en las sociedades más desiguales donde los más ricos viven recluidos en sus burbujas de abundancia, con miedo de salir a la calle, de dormir con la ventana abierta, que se le acabe la gasolina de su Hummer cuando atraviesa un barrio “conflictivo”. Se lo deberían pensar. Porque también la historia nos enseña que no se puede conseguir la “paz social” con más policía, más “mano dura” y represión. Que se lo saquen de la cabeza los Fernández Diaz y Gallardón de turno. La represión también tiene fecha de caducidad, por dura e irresponsable que sea. 

La única manera de evitar el desastre es evitar la desigualdad. Y eso pasa inevitablemente, entre otras medidas, por una redistribución justa de la riqueza a corto plazo, que habría que empezar ahora mismo. Por ello, los ricos que cada día evaden y eluden impuestos y que presionan para pagar cada vez menos que se lo hagan mirar. Porque estamos todos en el mismo barco. Y si naufraga el 99%, ellos también naufragaran. Y a diferencia del Titanic, en este naufragio no habrá barcas de salvamento para los de primera clase.

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